ARQUITECTURA NEOCLÁSICA: JUAN DE VILLANUEVA


ARQUITECTURA NEOCLÁSICA: JUAN DE VILLANUEVA

El pensamiento ilustrado pretende acabar con la exaltación barroca y su carácter escenográfico, con la exaltación barroca y su carácter escenográfico, con la personificación del poder (Monarquías Absolutas e Iglesia católica) y, sobre todo, con los excesos decorativos del Rococó.

El Neoclasicismo (1750-1800) responde a esta necesidad poniendo la arquitectura al servicio del racionalismo, del orden y de la armonía. Se intentará codificar el lenguaje arquitectónico de la Antigüedad Clásica. Está asociado también a la reelectura crítica de los tratados antiguos, muy singularmente la obra de Vitruvio, y a los descubrimientos que la arqueología aportaba como ampliación de tipos y modelos. Aquella voluntad de restauración no era nueva. Ya había sucedido con el humanismo renacentista. El siglo de las luces promueve, pues, una vuelta al ideal clásico, sinónimo de racionalidad codificada. Además propone una nueva comprensión de las leyes de la naturaleza: con la razón y la experiencia como guías.

Don Juan de Villanueva será un genio artístico, muy inteligente y con un delicado gusto en el Ornato. Nació en Madrid en 1739 en el seno de una familia de artistas, entre ellos su padre, Juan de Villanueva y Barbales, que fue un importante escultor. Crece, pues, en un ambiente artístico y culto que le permitirá asimilar, como ningún otro, el lenguaje artístico de la Ilustración hasta convertirle en el mejor exponente de la arquitectura neoclásica en España y creador de un estilo propio, con un punto de vista sobre la arquitectura clásica más personal y libre que el de otros arquitectos europeos de su generación.

Villanueva se muestra menos pendiente de sujetarse a las proporciones matemáticas y prefiere dejarse llevar por la evocación nostálgica de la Antigüedad. Sus obras no son una mera copia del pasado. En este sentido, bien pueden compararse con las obras de Antonio Canova en la escultura. En su formación se reconocen dos grandes influencias. La primera la de su hermano Diego, que desde su posición como profesor en la Academia se mostró como un ilustrado racionalista, sumamente crítico del barroco, del churrigueresco y del rococó. La segunda, su estancia en Roma, donde estuvo becado entre 1759 y 1764, lo que le dio la oportunidad de conocer de primera mano las ruinas de la antigua Roma, y de las ciudades de Pompeya y Herculano, que fue lo que casi con toda seguridad dio a su arquitectura ese punto de evocación romántica que contrastaba fuertemente con la tradicional frialdad del lenguaje neoclásico. Pero de Italia llegará cautivado no sólo por las ruinas, sino también con la arquitectura de Andrea Palladio, arquitecto que junto con el español Juan de Herrera, ejercerán en los años siguientes una poderosa atracción sobre el madrileño.

Los primeros trabajos de importancia los realizará Villanueva precisamente en El Escorial, donde los reyes tenían un coto de caza y lugar de acampada, pero que deseaban convertir en una pequeña ciudad. En 1769 recibe el encargo de construir la llamada “Casa de los Infantes”, para albergar a la servidumbre de los hijos de Carlos III, donde resuelve de manera magistral el difícil encargo de integrar el edificio en el entorno herreriano del monasterio, logrando mimetizarlo al punto de hacerlo pasar casi desapercibido. A esta obra le siguieron dos palacetes construidos para los hijos de Carlos III: la llamada “Casita de arriba” para el infante don Gabriel, y la llamada “Casita de abajo” o del Príncipe, para el futuro Carlos IV. La fama y el prestigio de Villanueva irán en aumento durante estos años, en los que realiza la “Capilla Palafox” y la sacristía de la catedral, en El Burgo de Osma (Soria); “La Casita del Príncipe”, en El Prado; “El Oratorio del Caballero de Gracia”, en Madrid (una de sus escasas obras religiosas); el edificio de la actual Academia de la Historia y algunos trabajos más.

Esta labor no pasó desapercibida al Conde de Floridablanca, el gran artífice de la política reformista de Carlos III, que tras su llegada al gobierno utilizó los servicios del arquitecto. El ministro supo ver en él al hombre capaz de planear, continuar y desarrollar en la capital del reino las reformas urbanísticas de Carlos III y él mismo ansiaban para hacer de Madrid una ciudad acorde con los nuevos tiempos y las nuevas necesidades. Esas grandes transformaciones urbanas han hecho que popularmente se conozca a este rey como el mejor alcalde de Madrid. Sin embargo, gran parte de este mérito corresponde a Francisco Sabatini y a Juan de Villanueva, los arquitectos que lo hicieron posible. Será precisamente en este marco de reformas urbanísticas y de corte ilustrado en el que Villanueva va a realizar sus obras más importantes.

La mayoría de los historiadores coinciden en señalar el Museo del Prado de Madrid, como la obra más completa de Villanueva y la mejor del neoclasicismo español. En principio recibió el encargo de proyectarlo como Gabinete de Historia Natural en 1785, y un año después el rey Carlos III ya decidió convertirlo en una pinacoteca, aunque no se hizo efectivo hasta el reinado de Fernando VII, en 1818. El edificio se articula de una manera simple, racional y funcional, en cinco cuerpos distintos. El central incluye el pórtico y un salón posterior de estructura basilical cerrado en semicírculo. En los laterales, dos grandes cuerpos cuadrados (un nuevo recuerdo palladiano), con rotondas en su interior que favorecen la visita, se unen al central por medio de dos grandes corredores que se anuncian al exterior, en la fachada que sale al Paseo del Prado, por una columnata de orden jónico en el piso superior. En el exterior, el juego de volúmenes, con cuerpos abultados y retrasados, permitió a Villanueva lograr los efectos lumínicos de luces y sombras que confieren al edificio ese aspecto romántico que caracteriza su estilo, y que llevó a Chueca Goitia a considerarle como el creador de la “arquitectura de sombras”. Para su construcción Villanueva hubo de tener en cuenta la pendiente del terreno, más elevada en su fachada norte (Puerta de Goya) que en la fachada sur (Puerta de Murillo). En lugar de igualar el terreno, decidió mantener la diferencia de altura optando por una inteligente solución con dos entradas, una en cada extremo, que permitía acceder al edificio a dos alturas distintas y recorrerlo en dos direcciones opuestas, en sentido longitudinal, según cuál fuese el acceso. A estas dos entradas, añadió una tercera, la principal (puerta de Velázquez), en sentido transversal, con un imponente pórtico adelantado, con potentes columnas de orden toscano que remata, en lugar de frontón, con un relieve rectangular, que evoca un ático de un arco de triunfo romano. El uso de un orden distinto para cada fachada y las transiciones de uno a otro evidencian la sutileza de Villanueva en el manejo del lenguaje clásico.

El Gabinete de Historia Natural (hoy Museo del Prado) formaba parte de un ambicioso programa científico, típicamente ilustrado, que se completaba con otros edificios levantados por Villanueva en las proximidades del mismo: el “Real Jardín Botánico” y el “Observatorio Astronómico”. En el Jardín Botánico (realizado con anterioridad al Prado), modificó el diseño inicial que había hecho Sabatini. Proyectó una de sus entradas, frente a la puerta e Murillo del Museo del Prado, que es por donde se accede actualmente al jardín. Y por último, realizó el llamado Pabellón de invernáculos o Pabellón Villanueva, compuesto por dos alas de orden toscano unidas por un cuerpo central, en un esquema parecido al empleado en El Prado.

La otra gran obra de Villanueva es el Real Observatorio Astronómico (1790), que ordenó crear el rey Carlos III por sugerencia de Jorge Juan. Sus obras se prolongan mucho en el tiempo y Villanueva no pudo verlo concluido. Nuevamente está presente en él la evocación de la arquitectura de Palladio, con el pórtico central hexástilo de columnas corintias en el cuerpo inferior, en el que, como es habitual en él, prescinde del frontón. La imagen exterior es de una clara ascensionalidad, sobre todo, por el templo rotundo (Tholos) de columnillas jónicas, coronado por una cúpula que coloca en el cuerpo superior. Por otra parte, la planta del observatorio resume los ideales de sencillez y perfección geométrica del neoclasicismo. Tiene planta cruciforme que se obtiene a partir de un cuerpo central ocupado por la rotonda, en torno a la cual se ordenan e integran todas las dependencias. De este modo, el cuadrado y el círculo forman geometría esencial del edificio y dominan su composición, hasta el punto que toda la planta se inscribe en una circunferencia.

Con la caída de Floridablanca, en 1792, también declina la influencia y el protagonismo de Villanueva en la arquitectura. La mayoría de sus proyectos posteriores a esta fecha, como el Lazareto de curación, no llegarán a construirse o no queda casi nada de ellos.