LA PINTURA BARROCA. EL NATURALISMO TENEBRISTA: RIBERA Y ZURBARÁN. REALISMO BARROCO: VELÁZQUEZ Y MURILLO.

LA PINTURA BARROCA. EL NATURALISMO TENEBRISTA: RIBERA Y ZURBARÁN. REALISMO BARROCO: VELÁZQUEZ Y MURILLO.

1. CONTEXTO HISTÓRICO-ARTÍSTICO


El siglo XVII es el siglo de oro de las artes en España, como consecuencia de un brillante momento cultural. En el campo de la pintura, este siglo va a dar algunos de los más importantes artistas de todos los tiempos, no solo de España, sino del arte occidental.

En la pintura barroca del Siglo de Oro en España tiene una serie de características comunes:

  • Predominan los temas religiosos porque es el momento de la Contrarreforma. El principal cliente es la poderosa Iglesia de la época, excepto el caso de Diego Velázquez y otros pocos pintores de la época. También destacan los retratos (poniendo de manifiesto la psicología del retratado y su condición social), tipos populares, bodegones, temas mitológicos, y en menor medida, paisaje y pintura de Historia.
  • Los pintores españoles reciben la influencia del tenebrismo de Caravaggio en el tratamiento de la luz, aunque luego lo abandonan.
  • Existe una deliberada ausencia de sensualidad en la pintura como consecuencia del periodo histórico que se vive, muy influido por el miedo a la Inquisición.
  • Gusto por el realismo, partiendo del naturalismo-tenebrismo, aunque a veces detrás de los objetos hay numerosos símbolos. Es el triunfo de la realidad, que es a la vez bella y horrible.
  • Gran estatismo y serenidad, aunque esta falta de movilidad física excluye un dinamismo compositivo que proviene de la tensión de su estructura (diagonales, escorzos) o de los contrastes, bien lumínicos o temáticos.
  • Se suelen clasificar por escuelas, en función de su procedencia (valenciana, madrileña y andaluza), según el orden cronológico y por las influencias italianas:
  1. Los que siguen el naturalismo tenebrista de Caravaggio: Ribera, Zurbarán y el caso excepcional de Velázquez.
  2. El realismo barroco de Velázquez, Murillo y Valdés Leal, que desarrollaron una pintura personal de gran calidad.

1- JOSÉ DE RIBERA (1591-1652)

Fue el primer gran pintor barroco hispano. Ha sido considerado el “Caravaggio español”, por el tenebrismo y los violentos contrastes lumínicos. Pero el artista valenciano creó, en su etapa madura, un estilo propio que dejó profundas huellas en la pintura italiana y española. Se formó con Ribalta, pero viajó temporalmente a Italia, donde realizó toda su obra y donde se impregnó de la influencia de Caravaggio, siendo ahí conocido por “Il Spagnoleto”, “el pequeño español”, por su corta estatura.

En su obra podemos distinguir tres etapas:

  • La primera, hasta 1635, está marcada por la obra de Caravaggio y se caracteriza por un intenso tenebrismo, violentos contrastes lumínicos, escaso números de figuras y fondos negros.
  • En la segunda etapa, entre 1635 y 1650, los paisajes sustituyen a los fondos negros, las obras ganan luminosidad y en riqueza cromática, y las composiciones demuestran mayor elaboración y dinamismo. La admiración que el pintor español sintió, en esta época, por el colorido de los pintores venecianos, motivó este cambio estilístico.
  • A partir de 1650 podemos hablar de una tercera etapa, pues Ribera emprende un retorno a las formas del periodo juvenil, recuperando el tenebrismo inicial y oscureciendo su paleta.
Sus obras más representativas son “San Andrés”, “El Sueño de Jacob” y “El martirio de San Felipe” (1639). En esta última el dibujo destaca por su precisión, las pinceladas son pastosas y las figuras están dotadas de una exquisita corporeidad y de una elegante monumentalidad.

2- FRANCISCO DE ZURBARÁN (1598-1664)

Zurbarán es el pintor monástico por antonomasia. Nadie captó como él, con tanta pericia, el recogimiento y la espiritualidad monacales en una época marcada por la Contrarreforma. Su nombramiento como maestro de la ciudad de Sevilla es realmente significativo si recordamos que la ciudad era la cuna de pintores de la talla de Velázquez, Murillo y Alonso Cano.

Era hijo de un mercader de origen vasco y de madre extremeña. A los quince años empezó su aprendizaje como pintor en el taller de Pedro Díaz de Villanueva, “pintor de imágenes sagradas”.

La obra de Zurbarán se caracteriza por el equilibrado naturalismo, la sencillez compositiva, el contraste de luces y sombras, y el tratamiento exquisito de los detalles. Sus mejores logros pictóricos deben buscarse en la captación de expresiones llenas de serenidad mística y en la representación de naturalezas muertas. Hacia 1630, tuvo el reconocimiento de la ciudad de Sevilla hasta el punto de ser considerado el maestro de la ciudad. Fue a partir de 1645 cuando su influencia empezó a declinar; la belleza amable de la pintura comenzaba a llevarse los encargos más importantes de la ciudad. La disminución de la clientela le llevó a centrarse en pinturas para la exportación a América (especialmente a México), donde su estilo ejerció una intensa influencia. El tenebrismo de Zurbarán se inspira en Caravaggio y Ribera. A través de Velázquez pudo conocer las colecciones reales; así el estudio de los pintores venecianos y flamencos y el estilo innovador del autor de “Las Meninas” le encaminaron a un mejor tratamiento de los efectos atmosféricos y a una interrelación más fluida de las figuras. Al final de su carrera artística experimentó un uso más vaporoso del color y una pincelada más suelta, siguiendo las pautas marcadas por Murillo. Una de las aportaciones más importantes de Zurbarán a la pintura española es la de reflejar los ambientes y la vida monástica como nadie lo había hecho antes. Los monasterios fueron los principales comitentes de su obra, hecho que condicionó su pintura.

Entre sus obras más destacadas se encuentran “San Hugo en el refectorio”, “Bodegón con cacharros”, o sus serenas “Inmaculadas”.


3- DIEGO RODRÍGUEZ DE SILVA Y VELÁZQUEZ (1599-1660)

Velázquez fue capaz de asimilar el arte pictórico del pasado y de su época y, al mismo tiempo, crear una obra y una técnica personales e innovadoras.

El pintor sevillano consiguió plasmar la atmósfera existente entre los cuerpos. Gracias al uso del color y de la luz se constituyó en un genio de la perspectiva aérea. Sus cuadros reflejan la irradiación de la luz y la vibración visual de los colores al servicio de los efectos de profundidad. La pincelada fue clave para su éxito: toques sueltos y sencillos que van sugiriendo formas sin llegar a definirlas plenamente, pero que proporcionan una apariencia de realidad inmediata. Goya se inspiró en “Las Meninas” para pintar “La familia de Carlos IV”, y los impresionistas se entusiasmaron con su técnica pictórica.

El suegro de Velázquez, Francisco Pacheco, descubrió con admiración el reconocimiento alcanzado por su yerno: “No es creíble la libertad y el agrado con que es tratado de un tan gran monarca; tener obrador en su galería y Su Majestad llave dél, y silla para verle pintar...”.

Diego de Silva y Velázquez nace en Sevilla, ciudad cosmopolita y abierta sede de ricos mercaderes flamencos e italianos. Esto le permite acceder a las novedades de la época. Se forma en el taller de Francisco Pacheco, pintor y tratadista, que celebra tertulias en las que artistas y literatos conversan sobre arte, que consideran una actividad noble y elevada. Ahí se forja un Velázquez intelectual y culto. (su biblioteca constará de más de 122 volúmenes).

Sus primeras obras, “La vieja friendo huevos” y “El aguador”, son tenebristas, y también bodegones mezclados con pocos personajes de gran realismo, en tonos ocres y pardos, de pincelada gruesa. Van dirigidos a una minoría culta, capaz de apreciar la novedad de unir los temas flamencos de cocinas con la técnica naturalista.

En 1623 viaja a la Corte madrileña. Gracias a su valía y a la ayuda de su suegro Pacheco, consigue ser nombrado pintor de cámara de Felipe IV. Inicia así una carrera de ascenso social. Su ingreso en la Corte le permite acceder a la excelente colección pictórica de los reyes, especialmente a los cuadros de Tiziano y de Rubens. Su pintura se vuelve más luminosa y colorista. Es en este momento cuando pinta retratos del rey y de su familia, elegantes y sencillos, pero reflejando la psicología del personaje. También destaca de esta época un lienzo mitológico: “Los borrachos”.

De 1629 a 1631 viaja por Italia con el encargo de comprar obras de arte para las colecciones reales. En Venecia, Roma y Nápoles completa su formación sobre el color, luz, perspectiva y desnudo. Allí pinta “La fragua de Vulcano”, de tema mitológico. A su vuelta a España cultiva casi exclusivamente la pintura profana (aunque su “Cristo Crucificado” es una de las mejores imágenes religiosas de la pintura española). Para el Salón de los Reinos del Palacio del Buen Retiro, pinta “La Rendición de Breda”, conocido también por “Las lanzas”, cuadro histórico, de colores brillantes y claros, de pincelada suelta, con fondo de paisaje. Sigue con los retratos: el de Felipe IV, el del Conde-Duque de Olivares, o el del Príncipe Baltasar Carlos. Retratos a caballo o de caza, sin olvidar los bufones (“Niño de Vallecas” o “Pablillos de Valladolid”), a los que trata con enorme respeto, destacando su dignidad humana.

Realiza un segundo viaje por Italia (1648-1651) durante el que pinta dos “Paisajes de la Villa Médicis”, casi impresionistas, o el “Retrato del Papa Inocencio X” y la “Venus del Espejo”, desnudo mitológico en la tradición de Tiziano.

A su vuelta pinta dos obras maestras: “Las Hilanderas” (su fábula sobre Aracne) y “Las Meninas”, retrato colectivo complejo por su composición y simbolismo, donde aparecen los reyes reflejados en un espejo, Velázquez (que reclama la consideración de la pintura como una actividad intelectual), y el propio espectador, que queda incluido en la composición. Alcanza una incomparable calidad artística en el dominio de la perspectiva aérea y de la luz.

Tras ser nombrado Caballero de la Orden de Santiago, su máxima ambición, muere en 1660.


4- BARTOLOMÉ E. MURILLO (1617-1682)

Fue también un pintor sevillano. Tiene un gran éxito con su pintura religiosa, amable, delicada, graciosa, que sirve de evasión de la dura realidad sevillana en la segunda mitad del siglo. Tras una primera fase juvenil tenebrista (“Sagrada Familia del Pajarito”) su estilo se ilumina y su paleta se enriquece por la influencia de los pintores flamencos. Su factura es suelta y vaporosa.

Son muy conocidas sus “Inmaculadas” y sus cuadros de niñ@s, pilluelos de la calle y otros de divinidades: “Niños comiendo melón” y “Niñ@s de la Concha”.



Además de los grandes genios mencionados, destacarán en la pintura española artistas como Alonso Cano, Carreño Miranda, Valdés Leal y Claudio Coello.